Cuando el espacio y el tiempo se convierten en nuestros enemigos
Y la solidaridad llegó en forma de dolor. Coronavirus y adicción
El confinamiento impulsado por el Estado de Alarma puede considerarse como la medida de mayor impacto sociosanitario en la batalla contra el coronavirus o COVID-19. Este procedimiento de “control estimular”, que bloquea la emisión de conductas de orden público y comunitario, se antoja imprescindible para combatir la dramática curva de contagio del coronavirus. A día de hoy, el hashtag #quédateencasa es, junto con la encomiable labor del personal sanitario, nuestra principal herramienta en esta crisis.
Sin embargo, y pese a la mayoritaria respuesta positiva de la sociedad española en este sentido, la reclusión doméstica supone una interferencia masiva en nuestra rutina vital, con los correspondientes costes a nivel familiar, social, laboral y económico. No en vano, en la civilización humana el castigo se ha caracterizado por la privación de las libertades físicas, bajo el símbolo de la celda, la soledad o los barrotes. La mejor ayuda civil en esta crisis es, por tanto, exponerse a una situación potencialmente aversiva.
La no activación conductual socioambiental, así como el afrontamiento de una serie de estresores como la pérdida de trabajo por un ERTE, la limitación del apoyo social y, sobre todo, el fallecimiento de un ser querido, puede conducir a un estado de agitación interna, de desregulación emocional, donde nos sentimos “secuestrados” por afectos, poderosos, que nos impiden la vida de manera eficiente y en consonancia con nuestros valores personales. Sentimientos como la incertidumbre, la angustia o la desesperanza pueden combinarse con la intensificación de emociones básicas como la tristeza, el miedo o el enfado.
Este “estado mental alterado”, congruente con el momento social actual, activa el sistema de regulación emocional, destinado a la recuperación de un nivel de activación interna óptimo. La vuelta a la normalidad pasa por un binomio psicológicamente imprescindible: el formado por la autorregulación emocional y la regulación relacional. Por autorregulación emocional entendemos todas aquellas estrategias encaminadas a al reconocimiento, expresión y modulación del afecto, de manera individual. La regulación relacional, en cambio, supone la transformación de dicha emoción, pero en el contexto de la interacción con otra persona o un grupo. De la activación equilibrada de ambas facetas depende no sólo nuestra salud mental sino, además, nuestra capacidad de bienestar y plenitud.
Hogar ¿dulce hogar?. Confinamiento por coronavirus
La pregunta del millón sería, entonces, la siguiente: ¿Favorece el confinamiento la regulación emocional? Existen planteamientos que apoyan tanto un “sí” como un “no”. Por un lado, desde una postura partidaria al “sí”, cabría decir que en situaciones de crisis, emergencia y peligro se activa el llamado sistema de apego, el cual impulsa a la persona a la búsqueda de seguridad a través de la cercanía y proximidad de la otra persona. El coronavirus, como amenaza a la integridad física y psicológica, generaría una respuesta natural de cobijo en una base segura, calmando la ansiedad gracias al calor de nuestro hogar y, sobre todo, en la compañía de nuestros seres queridos.
Dado el estatus real de peligro, la activación de todas aquellas conductas encaminadas a la búsqueda de proximidad y, por tanto, seguridad, como refugiarse en casa, alrededor de nuestra familia, así como la desactivación, total o parcial, de la exploración externa, tendría sentido y sería coherente con nuestra necesidad de apego, como seres humanos y, en concreto, como mamíferos. Pero esto sólo encajaría como un estilo de apego seguro, es decir, cuando las condiciones de crianza fueron suficientemente buenas y existe un equilibrio idóneo entre búsqueda de proximidad y exploración. Esta armonía sólo representa a un 60% de la población, sin contar que estamos atravesando un momento histórico, con una crisis sociosanitaria sin precedentes y que hace resentir cualquier tipo de armazón psicológico.
Los partidarios del “no”, por consiguiente, además de apelar al carácter excepcional de esta crisis, potencialmente desestabilizante incluso para personas con condiciones intrapsíquicas idóneas (esto es, con estilo de apego seguro), buscan tener en cuenta la vivencia de todos aquellos individuos con un estilo de apego inseguro, para predecir cómo podría ser su respuesta ante este estado de reclusión casera.
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El estilo de apego inseguro se define como la no satisfacción de las necesidades naturales de la crianza, no balanceándose de manera equilibrada dos tendencias: la búsqueda de proximidad y cercanía, en aras de la seguridad, y la exploración del ambiente, en pos del crecimiento y el desarrollo. De acuerdo con el tipo de apego inseguro (ansioso-ambivalente, evitativo o desorganizado) el afrontamiento de esta situación de confinamiento doméstico variará, pero en todos ellos habrá un denominador común: la evitación experiencial.
Por evitación experiencial se entiende aquel proceso psicológico, de naturaleza interna o social, mediante el cual intentamos alejar de nuestra mente/cuerpo todos aquellos pensamientos, emociones, sensaciones físicas e impulsos conductuales que consideramos como “negativos”. El fracaso de la autorregulación emocional (no saber estar a solas con el dolor, como en el apego ansioso-ambivalente), de la regulación relacional (no saber modular las emociones en compañía, característico del apego evitativo) o ambas (típico del apego desorganizado), conduce a la persona a un escenario psicológico abrumador, que excede la capacidad de afrontamiento, procesamiento e integración de la persona y que, en ocasiones, alcanzaría cotas retraumatizante, generándose, a posteriori, secuelas psicológicas.
El confinamiento doméstico, por tanto, representaría un reto para todas aquellas personas con apego seguro. Para todo aquel con un estilo de apego inseguro, sin embargo, sería una pesadilla o un verdadero infierno, en cambio. El fracaso de la regulación emocional abriría la ventana para el surgimiento de conductas de índole compulsivo, impulsivo o adictivo. La conducta compulsiva es todo acto mental o motor de carácter mecanizado, repetito y ritualizado y se basa en la búsqueda desesperada del control. Una conducta impulsiva, por su parte, representa todo lo contrario: la pérdida súbita del control. Una adicción, por último, supone una dependencia, psíquica y/o fisiológica, a una acción de “consumo”, mediada o no por una sustancia. Todas estas conductas deben entenderse como intentos de nuestro sistema interno para manejar una situación/estado insostenible. Pero, en este caso, el remedio es peor que la enfermedad, ya que, como si bien a corto plazo suscitan alivio, a medio y a largo plazo, enquistan a la persona en un estado de confinamiento, esta vez, interno, patológico.
Más arriba se planteo la siguiente cuestión: “¿Favorece el confinamiento la regulación emocional?”. La respuesta fue un “sí”, con matices, para aquellas personas con un apego seguro, sin perder de vista el componente tan desafiante que representa esta crisis sociosanitaria para todos. Para las personas con un apego inseguro, con o sin un diagnóstico psiquiátrico, y a tenor de las condiciones sociales actuales (aislamiento social, interrupción de tratamientos psicoterapéuticos individuales y grupales, no seguimiento médico, etc.), la respuesta es un “no” contundente.
Dime qué tomas y te diré qué necesitas. Adicciones y coronavirus
Uno de los máximos exponentes de la evitación experiencial, junto con la psicosis o el suicidio, es, por tanto, la adicción. Pese a las múltiples realidades de la drogodependencia, esto es, sociales, familiares, políticos, etc.; se opta por definirla desde una óptica neurocientífica, a través de dos prismas teóricos: el modelo del procesamiento adaptativo de la información y la ventana de tolerancia. Desde el modelo del procesamiento adaptativo de la información, propio de EMDR, la adicción no es sino el intento por no entrar en contacto con material psicológico perturbador para la persona: el consumo permite a la persona luchar contra pensamientos, emociones y vivencias somáticas cargadas de una intensidad inusitada o, simple y trágicamente, que le traen “malos recuerdos” de un pasad traumático.
Desde el concepto de ventana de tolerancia, desarrollada por el psicólogo y psiquiatra Daniel Siegel, el comportamiento adictivo es una estrategia para manejar estados de hiperactivación y de hipoactivación neurofisiológica. Por hiperactivación se entiende un estado mental y fisiológico de “aceleración” excesiva, caracterizado por la hiperactividad física, la rumiación, la tensión muscular y la presencia de sentimientos “duros”, como el miedo o la rabia. La hipoactivación, por el contrario, se define como un estado de escasa energía interna, donde el bloqueo, la apatía y la presencia de sentimientos como la culpabilidad, la vergüenza o la tristeza predominan.
Este intento, desesperado pero bienintencionado, de manejar niveles extremos de activación interna que representa la adicción puede adoptar dos caras. Por un lado, existe la llamada fobia a la hiperactivación, en la cual el comportamiento se rige en torno a la evitación experiencial de contenidos experienciales muy intensos. Así pues, una persona que consumo el alcohol de manera abusiva, siendo este un depresor del sistema nervioso central (SNC), estaría manifestando una fobia a la hiperactivación, esto es, una dificultad para entrar en contacto con, por ejemplo, la rabia o el terror. Otras adicciones, como la compulsión por la comida, el sexo o el cannabis, también obedecerían a esta lógica. Dicha fobia es clásica en las personas con un apego inseguro evitativo, donde la soledad, a priori, tranquiliza.
La otra cara de la moneda es la denominada fobia a la hipoactivación, donde el foco de la evitación experiencial está situado en todos aquellos sentimientos de “perfil bajo”, de baja intensidad, como la tristeza, la vulnerabilidad e, incluso, la intimidad. El consumo de cocaína o la adicción al trabajo, por citar dos ejemplos, son intentos de psicológicamente “mantener a flote”, a través de un exceso de estimulación interna y externa. La fobia a la hipoactivación, por último, es inherente al apego inseguro ansioso-ambivalente, donde se busca el contacto con el otro para calmar una angustia insaciable.
El confinamiento que padecemos en el presente, a pesar de su justificación estatal, puede ser contraproducente en relación a estas dos fobias, ya que puede inducir estados de hiper/hipoactivación no procesables, a día de hoy, por personas con un apego inseguro. Habrá personas a la cuales esta reclusión doméstica les suscite un estado de hiperactivación, de “sentir demasiado”, desde la sobreestimulación familiar (niños a cargo), laboral (personal sanitario), que no podrán rebajar. A otras, sin embargo, les embargará un estado de hipoactivación, de “sentir demasiado poco”, desde la soledad no deseada y la no activación conductual, del cual, por sí solas, no podrán salir.
Todo esto, como era de esperar desde una visión neurocientífica y relacional, conduciría a tres escenarios hipotéticos:
- Una intensificación del cuadro adictivo, donde la persona opta por hacer “más de lo mismo”, como un intento por no retraumatizarse.
- Una diversificación del cuadro adictivo, donde la persona comienza a consumir otras sustancias/actividades accesibles pese a la restricción propia del confinamiento.
- Una descompensación psiquiátrica, ya que la exposición a una abstinencia no programada, sin la contención psicofarmacológica y sin el control estimular apropiados (un ingreso por desintoxicación, por ejemplo), generaría tal estado de hiper/hipoactivación extremo que el sistema interno de la persona reaccionaría con una respuesta que oscilaría entre el colapso y el descontrol y entre la heteroagresividad y la autoagresividad.
Ante tal panorama, parece obvio que apelar a la “responsabilidad” y a la renuncia del individualismo en pos de lo comunitario, en un acto de “solidaridad”, no será suficiente para la regulación emocional de estas personas. La activación de una red de ayuda, de carácter multidisciplinar, y que atienda las necesidades básicas de toda persona, se antoja, por tanto, imprescindible. Y de cara, en concreto, a neutralizar el circuito de evitación experiencial y de posible retraumatización/descompensación la atención psicológica se revela como una gran herramienta.
La atención psicológica como una forma de regulación emocional. Adicciones y fobias.
De todo lo señalado más arriba podemos extraer una serie de conclusiones:
1º El confinamiento necesario para la contención/erradicación del COVID-19 supone una situación potencialmente crítica para todas las personas. En el caso de las personas con apego seguro representaría un escenario de desafío y, en el peor de los casos, de duelo y/o trauma, relativamente reconducible y reprocesable. Para las personas con un apego inseguro dicha crisis sería potencialmente desreguladora a nivel emocional e, incluso, retraumatizante.
2º Dicha desregulación emocional, como fracaso de la autorregulación emocional y de la regulación relacional, conllevaría la emisión de conductas de corte compulsivo, impulsivo y/o adictivo. Dichas conductas operan a partir de un mismo denominador común: la evitación experiencial del malestar. Este malestar, a su vez, puede asumir dos tipos de formas: la hiperactivación y la hipoactivación.
3º Una forma extrema de evitación experiencial es la adicción, mediada o no por una sustancia. Desde una perspectiva neurofisiológica, la dependencia puede representar una fobia a la hiperactivación o una fobia a la hipoactivación. El confinamiento puede llevar a una erradicación potencialmente retraumatizante, a largo plazo, de la adicción o bien a una intensificación/diversificación de la misma, con el correspondiente riesgo de descompensación psiquiátrica.
4º La atención psicológica se presenta, en este escenario de crisis, como una estrategia de regulación emocional que podría ayudar reestablecer el nivel de activación interna, siendo totalmente compatible con el estado de confinamiento actual.
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Alejandra Hernández -psicóloga sanitaria, sexóloga, terapeuta EMDR, terapeuta Sensoriomotriz y terapia de sandplay – dirige los centros Hernández Psicólogos de Marbella, Fuengirola y Málaga donde ha seleccionado a excelentes psicólogos en Málaga para obtener el mejor equipo para la atención a personas en el área del bienestar y la salud mental.
os felicito por este articulo. Muy bueno.